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  • Foto del escritorPatricia Sirebrenik

La gran pena Millennials



- ¿Seguro que quieres hacerlo? - Le preguntó Manuel preocupado y un poco desesperanzado a su hijo. - Por supuesto papá, no veo por qué preocuparse, será genial. Adiós frustraciones y fracasos ¡Bienvenidos éxitos y felicidad! - le insistió Cristián - Mmmmm, no es tan así- le respondió débil y temerosamente Manuel -¿De qué hablas papá? ¿Por qué tantas dudas? Mamá se lo hizo y resultó todo un éxito - Mmmm - ¡Papá! El 20% de la población se lo ha hecho con éxito y cada semestre el porcentaje está aumentando casi al doble


La evolución del mundo había sido meteórica, los jóvenes entusiasmados contagiaban a los mayores: esa generación que antiguamente había sido “clasificada” por la sociología como la “Generación Millennials”.


Lo que Cristián no lograba entender era por qué su madre que tenía la misma edad que su papá (50 años), había logrado adaptarse con facilidad a diferencia de él. Tanta era su preocupación por aquello que había consultado al cerebro materno las razones que explicaban este fenómeno.


- Escucha hijo – lo sacó de sus pensamientos su padre con especial ternura y afecto - desde que tu mamá se sometió a ese trasplante la vida familiar y también mi relación de pareja ha cambiado mucho - ¡Así es papá! Todo ha cambiado, pero para mejor!


Manuel lo pensó mucho antes de responder. Era todo un dilema saber qué decirle ahora, no quería llegar a la misma situación que con su madre, que se cansó de sus críticas. Lo ignoraba no sólo emocionalmente, sino que se había autoprogramado para ni siquiera verlo. Manuel era un ser invisible e inexistente para ella.


No iba a perder a su hijo como perdió a Lucía. Se resignó a aceptar lo inaceptable, a que su hijo se sometiera a ese trasplante de cerebro humano por una inteligencia artificial que eliminaba a su juicio toda relación humana creada por Dios. Aceptó la realidad y el cruel destino que se le daba al cerebro humano: alimento para los cerdos ya que la ciencia había comprobado que las proteínas que éste contenía mejoraba la calidad de la carne porcina.


-Tienes razón hijo- le dijo finalmente- Es lo mejor que te puede suceder. Mañana te acompañaré a la clínica. No me lo perdería por nada del mundo. Te amo tanto - le dijo abrazándolo con fuerza y estallando en llanto.


FIN

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